10 mayo 2006

Ciutadans en Madrid

Por su interés, recomiendo leer la:

Intervención de Arcadi Espada
Ciutadans de Catalunya
Teatro Reina Victoria
Madrid/ 9 de marzo del 2006

Queridos amigos, buenas tardes, y gracias por haber venido. Y gracias especiales a Rosa, Jon y Fernando, amigos y referentes. Y gracias Verónica Puertollano, nuestra ciudadana en Madrid.

Una de las múltiples sorpresas de la historia de Ciutadans de Catalunya ha sido con cuanta urgencia y cordialidad ustedes y muchos otros como ustedes nos han animado a hacer de nuestro proyecto algo más que un proyecto catalán. Lo han hecho en Bilbao, en Sevilla, en Valencia, en La Coruña y en Madrid. Tenían razón al animarnos. Las razones por las que Ciutadans parece que va a ser un instrumento útil en Cataluña son visibles en otros lugares de España. Y lo son cada vez más. En primer lugar, por la acción replicante del nacionalismo en esta carrera hacia la más absoluta falta de sentido en que parecen comprometidos los políticos españoles. Parecía, en efecto, y por poner un ejemplo reciente en términos de literatura política, que era imposible superar el grado asintáctico, anacrónico, y sobre todo anabolizante, del preámbulo del Estatuto catalán. Ha sido superado, y con pena lo digo, quiá! soy un patriota y me gusta encabezar la tabla, por el Estatuto de Andalucía. La reforma del Estado y de cada una de sus partes, no es un problema andaluz, catalán o vasco, sino un problema, un grave problema español.

Hay otra razón. La sutura. Los dos últimos años marcan el período más irritado de las relaciones entre españoles (quiero decir entre catalanes, vascos, gallegos, extremeños, andaluces) que hayamos visto hasta donde alcanza nuestra vista. Pienso, en este sentido, que hay que hacer una distinción importante decisiva, no totalmente retórica. Está basada en la necesidad de asumir el conflicto, e incluso un cierto grado de desencuentro entre Cataluña y España, o entre otras regiones españolas. Pretender que la acción combinada de la geografía y la historia pueda desaparecer como por ensalmo me parece una hermosa insensatez, especialmente cuando a esa acción se le añade la obra de dios, que vigila y que, como se sabe, es nacionalista. Pero hay un límite. Y podría decirse sin forzar demasiado la metáfora, que el límite se sobrepasa cuando en lugar de las entidades más o menos míticas, o más o menos burocráticas el sujeto de enfrentamiento son los ciudadanos. Es decir, no Cataluña y España, esos conceptos, incluso esas instituciones, sino los catalanes y los madrileños, o los murcianos, o los extremeños.

Creo que esto es lo que ahora está pasando.

Tengo la suerte de viajar bastante por España. Permítanme la impresión subjetiva, de viajero. Nunca había visto un rechazo semejante a lo catalán y a los catalanes. Yo había sido ya testigo del paso de la admiración a la indiferencia. Es decir del paso de las primeras horas de la transición, cuando todo lo catalán parecía modélico, atractivo y seductor, a los plomizos años pujolistas, cuando la mediocre cantinela catalana sumía en el más profundo sopor a las multitudes y a los individuos.

Pero el rechazo es nuevo. Nuevo, absurdo y peligroso.

A mi juicio, restablecer la confianza y la complicidad entre españoles debería ser una tarea prioritaria en estos momentos para cualquier partido político. También aquí Ciutadans tiene mucho que hacer. En primer lugar, por la extrema e irresponsable pasividad de los otros. Los dos partidos mayoritarios cifran precisamente toda su esperanza electoral en el arrinconamiento del otro, y en su humillación. La alienación de la clase política española es tan grande y grave que, sinceramente, yo creo que ha olvidado que detrás o debajo de unas siglas hay electores, que incluso pueden ser calificados, con buena voluntad, de personas. Personas a las que se ha renunciado a seducir o convencer y a las que sólo se pretende destruir como si fueran, precisamente, siglas. Permítanme que cite en este sentido el último párrafo de un lúcido, muy lúcido artículo, que ha escrito hoy Carlos Martínez Gorriarán en el diario Basta Ya. El artículo se titula: “Necesitamos un nuevo partido político”. Y después de una exposición brillante, clara y razonada, acaba “Si en el PSOE es urgente un liderazgo que tenga principios y proyectos claros además de pragmatismo y astucia, en el PP urge un afinador de pianos que elimine las disonancias y estrépitos dañinos que destrozan el concierto. Pero ambos arreglos parecen remotos. El problema es este: los partidos pueden esperar lo que haga falta a democratizarse y a tomarse en serio la realidad, o no hacerlo nunca, pero la sociedad de los ciudadanos no tiene tiempo. Por tanto, y contra todo pronóstico, quizás sea más realista y sensato apoyar la creación de un nuevo partido político, algo sin duda costoso y difícil, que esperar la mejora de los existentes, quizás un imposible.”

Ciutadans tiene mucho que hacer. Modesta pero firmemente. Nuestro proyecto ha sido recibido con gran cordialidad. Una cordialidad transversal en la propia Cataluña Pero también en Bilbao, Zaragoza, Sevilla o Valencia. Es decir en cualquier lugar de nuestra nación de ciudadanos. Y, por supuesto, también en esa nación digital, nuestra nación acaso más verdadera. Quizá alguno de ustedes conozca la importancia que ha tenido Internet en la formación y expansión de nuestro proyecto. Y cómo los foros creados en la página de Ciutadans han roto las tradicionales taifas en que suele desarrollarse el discurso político español. Es todo un ejemplo de esa labor de sutura y una metáfora de lo que ha de ser un nuevo proyecto político. En Internet, en efecto, no hay derechos históricos ni balanzas fiscales: sólo hay ciudadanos. Esa sutura de todos modos ha de partir de una misión propia, que cada uno de nosotros hemos de realizar ante el nacionalismo.


Es frecuente que en uno u otro foro se nos pregunte por nuestra idea de España. Cada vez que escucho eso, por cierto, pienso qué mal vamos. España no es una idea. Es una acción. Es un Estado de Derecho. Es un pacto constitucional que ha dado a sus habitantes los que probablemente sean los mejores años de su historia. Si existe el nacionalismo español, es éste, y ninguna otra fantasmagoría polvorienta. España es un plebiscito diario, a la manera de Renan y el republicanismo. Pero España, sobre todo, es una acción diversa. Una de las calamidades intelectuales de nuestro tiempo es cómo los nacionalismos se han apoderado del concepto de la diversidad. Porque, paradójicamente, la gran víctima de la hegemonía del nacionalismo, es la diversidad. La garantía de la diversidad catalana, vasca, andaluza, gallega, valenciana, es España.

Y debo decirles que esa diversidad está disminuyendo. Los ciudadanos españoles sufren un paulatino achique de espacios. Un achique político, cultural y moral. El ámbito de decisión en asuntos trascendentales para la vida de los ciudadanos se ha reducido. El aliento de la corrupción, el despotismo y la arbitrariedad, del muermo y la mediocridad intelectuales, se hace sentir cada vez más en esta nueva versión del caciquismo, que los Estatutos en trance de elaboración no hacen más que legitimar. Es el caciquismo que en la radio televisión pública catalana obliga a traducir al catalán los sms que lleguen escritos en castellano y que vayan a mostrarse en pantalla. O el caciquismo que ahoga la veta creadora de artistas extraordinarios como Albert Boadella. Un artista que continúa siéndolo, en términos puramente materiales, porque España aún existe. España como mercado y España como trama de afectos. Que por cierto es lo mismo, como bien han descubierto los empresarios catalanes.

Lamento decepcionar a los muy apasionados pero defendemos los lazos entre españoles no por el derecho histórico a saborear los gusanos del Cid. Ni tampoco por el obsceno y fascista “Amor a Cataluña”, por el sadismo de gozar a la díscola, a lo Giménez-Caballero. Ni siquiera por una sentimentalidad basada en la memoria, en los libros, en las canciones y en las historias transmitidas. De esa privacidad española podríamos disfrutar en la ciudad de Otawa, pongamos, votando, pongamos, por Michael Ignatieff.

Si defendemos esos lazos y nos preocupa el debilitamiento español es porque nos hace renunciar a algo que poseíamos por el azar de la Geografía y de la Historia, y que es algo mucho más dialéctico, tenso, diverso, estimulante y creativo que los sermones de la parroquia. Y desde el punto de vista de la protección de los derechos ciudadanos algo indiscutiblemente más eficaz. Quizá se vea más claro con un ejemplo elevado: un catalán al que limitan su posibilidad de ser español es como un español al que limitaran su posibilidad de ser europeo. Una pérdida injustificable. Un pésimo negocio ciudadano.

España respecto a los nacionalismos, comprendidos los oximorónicos y ornitorrínticos nacionalismos democráticos, es una vigilancia… democrática. Una garantía de ventilación e higiene. No hay que darles más vueltas: si Cataluña aspiraba a ser la locomotora de España, su regeneración y el cepillado de su caspa hoy se han invertido las tornas. Ante el prodigiosos y wagneriano espectáculo de la degeneración de la cultura política catalana y vasca, la influencia creciente de España, de los ciudadanos españoles es la más sólida y favorable posibilidad de regeneración.

Por eso hemos venido aquí, y por eso nos hemos explicado ante ustedes, y por eso les animamos a que participen en un proyecto común.

Y ahora me permitirán que firmemente, aunque sin énfasis. Con frialdad y en caja baja. Seco, sinecdótico y sin música les diga viva España.

Gracias, amigos

Links to this post:

<\$BlogItemBacklinkCreate\$>

2 Comments:

Blogger Unknown said...

Pues este es el discurso que me gustaría oir a los dirigentes del PP en Cataluña. Pero no creo que lo hagan.

Es muy triste que tenga que crearse otro partido para defender lo que el PP no es capaz de defender en Cataluña.

Un saludo.

mié may 10, 10:48:00 p. m. CEST  
Anonymous Anónimo said...

Me gusta la sensación de no estar de acuerdo con alguien, leer una argumentación sensata de la que disentir, exigir a mis convicciones una razón que oponer a esos argumentos. Me gusta encontrarme con alguien de izquierdas que no pretenda imponerme sus teorias mediante el argumento de autoridad de la perentoriedad ética. Me gusta no estar de acuerdo con Arcadi Espada.

Si esta gente es la izquierda y consigue definirse como tal España está salvada. Al fin hay alternativa ideológica.

jue may 11, 06:42:00 p. m. CEST  

Publicar un comentario

<< Home